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TRABAJAR CON EL PAISAJE Y SU METABOLISMO. ELENA ALBAREDA

TRABAJAR CON EL PAISAJE Y SU METABOLISMO

Elena es arquitecta y ha dedicado su práctica profesional a trabajar con el paisaje y el urbanismo, entendido como regeneración urbana en la ciudad, y regeneración también a nivel de territorio, siempre desde una perspectiva metabólica.

Junto a compañeros de la universidad creó una cooperativa de arquitectura, que es Cíclica, espacio, comunidad y ecología. Se dedican a la arquitectura, pero entendida de forma amplia: el territorio, paisaje… y no sólo edificación. Desde rehabilitación energética de los edificios o de creación de comunidades energéticas, por ejemplo. “Como también la gestión del paisaje, trabajando desde el paisaje productivo o reproductivo (a mí me gusta más decirle así) porque es aquél que permite no sólo producir en un momento determinado sino también reproducirse en el tiempo.” Nos cuenta Elena.

La regeneración se fundamenta en comprender la sostenibilidad. No se trata sólo de realizar greenwashing sino de cambiar el sistema. El decrecimiento como mirada y, sobre todo, entender que este sistema por lo que nos regimos no es sostenible ni económica, ni social ni ambientalmente y, por tanto, se necesitan estrategias de cambio.

El metabolismo social nos permite entender cómo funciona la sociedad. Al igual que un organismo vive en su forma anatómica y fisiológica: el cuerpo metaboliza los recursos que consume y excreta los residuos que genera. La sociedad también funciona igual. Si la arquitectura, habitualmente, se ha enfocado hacia lo anatómico, a las estructuras que habitamos, “el metabolismo social nos permite entender cómo habitamos estos espacios: qué implica habitar, cómo habitamos, qué recursos consumimos, tanto a nivel de edificación como nivel de territorio. Y lo que se persigue es lo que llamamos metabolismo social circular. Es decir, cerrar ciclos. Y para cerrar ciclos, las cosas no pueden funcionar de una única manera ni de forma aislada, sino en relación sistémica. Una mirada holística que nos permite entender que ningún sistema es independiente en sí mismo, sino que uno necesita de otro para complementarse y generar un ecosistema más rico”, dice ella.

Cuando hablamos de metabolismo hablamos sobre todo de 4 vectores: agua, materia orgánica, materia inorgánica y energía. En la naturaleza, el agua cierra el ciclo de forma natural. La materia orgánica cierra su ciclo gracias al agua y el sol. La materia inorgánica tiene una movilidad mínima en la naturaleza porque, básicamente, se produce por arrastre del agua. Pero, en cambio, en el metabolismo urbano es el vector que genera mayores impactos. Y, por último, la energía, que no es un flujo material, pero en el ecosistema natural es la energía solar o sus derivadas, eólica, hidráulica.

Recuperar el conocimiento tradicional nos da muchas claves para entender los territorios y nos permitirá adaptar las estrategias de gestión que utilizaban por cada uno de los vectores a las necesidades actuales, distintas a las del pasado, evidentemente.

En el pasado el agua se gestionaba únicamente por gravedad y diferenciando las diversas cualidades por los distintos usos que se hacían. La vocación de un territorio o de un paisaje siempre estaba entendida según su relación con el agua (más cercana, más lejana, más escasa…). El agua es el vector de mayor magnitud, consumiéndose una media de 100l por persona y día, contra los 3, 4 o 5 kg de otros residuos. La materia inorgánica siempre se extraía del entorno inmediato y era renovable o de mínima movilidad, como la piedra. Y la materia orgánica, invertía el capital humano en recuperar y mantener la capacidad productiva o reproductiva del suelo, del suelo.

El problema se ha convertido en la sociedad industrial, porque utiliza, principalmente, energías fósiles y en el caso de los otros vectores, se han abierto los ciclos, y el sistema sigue un metabolismo lineal. Los recursos que extraemos de la litosfera se devuelven a los ecosistemas naturales en formas que no se pueden asimilar. La situación se vuelve insostenible, añadiendo los impactos locales y globales que se derivan, como es el cambio climático, el mayor impacto que conocemos.

Por poner un ejemplo concreto, en el caso de Gallicant (un pueblo abandonado del Camp de Tarragona) realizaron un análisis del paisaje para ver cómo había cambiado el uso del paisaje en los diferentes momentos históricos. El paisaje estaba marcado por los muros de piedra seca, explicando que era un paisaje de viñedo en el pasado. Un viñedo que generaba un rendimiento económico que permitía invertir en hacer terrazas. Por tanto, el paisaje era construido, que no urbano. El paisaje es antrópico en todas partes. Ahora, ese paisaje está en un proceso de abandono y de recuperación de bosque. Las terrazas permitían una gestión del agua óptima y también permite plantear estrategias de acumulación para tener riego puntual o incluso, para abastecer a los corzos y jabalíes, que habitan en el bosque y son un peligro para el cultivo, sobre todo en épocas de calor que van a buscar la hidratación en el fruto.

“Hay que cambiar la lectura productivista del paisaje que priorizaba la movilidad de recursos horizontal con grandes infraestructuras de movilidad y volver a saber la vocación productiva de cada pedazo de paisaje y de cada ecosistema, así trabajaremos en pro de la sostenibilidad de nuevo. Por suerte, el viñedo y la bodega permiten económicamente una gestión integrada del paisaje que otros sistemas agrícolas no permiten y es, por tanto, un privilegio”, nos dice Elena.

Gracias Elena, por esta clase magistral sobre el metabolismo social y, sobre todo, por ser un granito de arena en ese gran cambio que nos ocupa.

 

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ADAPTÁNDONOS AL CAMBIO CLIMÁTICO

ADAPTÁNDONOS AL CAMBIO CLIMÁTICO

Una de les grandes preocupaciones actuales es el cambio climático y cómo afectará a nuestros cultivos. Frente a esta gran cuestión podemos tener dos actitudes muy distintas. O somos pasivos, esperando a que el cambio nos afecte de lleno y nos adaptemos a sus consecuencias, si podemos. O bien, somos proactivos y procuramos hacer todo lo que podamos para minimizar los efectos negativos que este cambio tendrá en nuestros conreos.

Ya tenemos muestras de este cambio en la excepcionalidad de los accidentes meteorológicos que nos afectan, las temperaturas más cálidas año tras año… Será más evidente cuando podamos poner una cierta distancia y verlo con cierta perspectiva, cuantificarlo, etc. Pero mientras, nos encontramos con distintas situaciones que debemos resolver día a día y no podemos postponer.

Es el caso de las nuevas plantaciones. Cuando hay necesidad de plantear un nuevo viñedo o reconducir uno y replantar de nuevo. Es entonces cuando el método línea clave o keyline puede jugar un papel muy importante en la toma de decisiones. Cómo lo plantaremos. Qué forma tendrá.

“Aprender a diseñar y gestionar inteligentemente el paisaje agrícola, con la finalidad de aprovechar al máximo los recursos hídricos y devolver al suelo su profundidad y fertilidad, es precisamente el objetivo de la línea clave” explica Jesús Ruíz en la web www.liniaclave.org. Él es un gran conocedor y experto del Keyline desde 2007 y la persona más experimentada y veterana en este sistema y su aplicación en nuestro país.

El diseño Keyline combina la captación y la conservación del agua con técnicas de regeneración de la tierra. Es decir, aprovecha el agua que de manera natural tenemos, la distribuye de manera regular por todo el viñedo y, además, utiliza técnicas de regeneración del suelo que garantizan la supervivencia de las nuevas plantas a la vez que previene la erosión del nuevo espacio conreado. Además, el diseño del nuevo espacio contempla, normalmente, la integración de árboles, tanto para incrementar biodiversidad como por el papel que jugarán en la captación de CO2.

Con este nuevo diseño, aprendemos a mirar la agricultura de otra forma. Continuaremos teniendo la misma cantidad de agua, pero haremos que se quede en lugar de irse mediante evaporación o simplemente corriendo valle abajo.  Asimismo, tendremos más plantas y más raíces. Y si lo manejamos bien, crearemos suelo, enriqueceremos el paisaje, estabilizando el clima e incrementando la rentabilidad de la auténtica agricultura.

“Desarrollar un suelo fértil y biológicamente activo, capaz de retener el agua allí donde caiga y de secuestrar enormes cantidades de CO2 atmosférico” Este es el objetivo del sistema Keyline y una posible solución a los problemas medioambientales que nos ocupan actualmente.

Jesús Ruiz lo tiene claro y así lo explica en sus formaciones y asesorías. Su base como topógrafo le ha dado la capacidad de leer la tierra. Su máster en agricultura ecológica, la visión holística. Su formación en permacultura, la capacidad de diseñar y buscar la regeneración de los suelos a través de los cultivos. Su ayuda en Mas Martinet nos ha permitido diseñar nuevas plantaciones a la altura de los nuevos retos que nos plantea el nuevo horizonte climático que se acerca.

Gracias por enseñarnos a verlo todo mucho más claro.

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UNA BODEGA QUE NACE EN 1942

UNA BODEGA QUE NACE EN 1942

August Vicent nos recibe en el Celler Cecilio con una copa de vino dulce buenísimo… un caramelo, un syrah, dulce natural con 15 años de barrica… y muy buen humor.  Bromista y simpático, dice: “He tratado de conservar la bodega tal y como era” y así es.  Un espacio de recibimiento al visitante muy acogedor, detallista y muy cuidado, que te transporta en el tiempo.

La Bodega Cecilio nace en 1942. El padre de Augusto, Cecilio Vicent (de origen valenciano, concretamente de la provincia de Castellón) se vio reclutado por las tropas de las Brigadas Internacionales sin saber cómo.  Le destinaron a la intendencia de las tropas que se asentaron en Gratallops para vigilar de cerca lo que debía ser la Batalla del Ebro y final de la Guerra Civil.  Los brigadistas instalaron el mando de las tropas en la que sería su casa. Allí su padre conoció a la hija de la casa y se enamoraron. Y cuando acabó la guerra, volvió y se casaron. Una vez casados, el padre empezó a trabajar y recuperar las tierras muy degradadas, e incluso perdidas, de la familia de la madre.  Y se hizo socio de la cooperativa, como no podía ser de otra forma. La llanura de Vilavella, de donde provenía, era una llanura rica en naranjos, pero no viña, así que de vino no sabía. Pero tenía mucho interés en hacer llegar vino a su pueblo y esto, desde la cooperativa no podía hacerlo, porque los estatutos no permitían comercializar el vino particularmente. Fue por esta razón, que aprendió a hacer vino él mismo, siguió algún curso de enología elemental en Tarragona y Penedés, hasta conseguir hacer su propio vino en casa. Y desde que su pequeña bodega empezó. Cuando el Consejo Regulador del Priorat se oficializó, en 1954, fue la primera bodega en inscribirse.

«La decadencia del Priorat comienza en los años 60» dice. Se puso de moda ir a Barcelona y trabajar en la ciudad suponía trabajar de otra manera, quizás más horas, pero también tener más, “podían comprarse un 600 y volver al pueblo a enseñarlo”. Se dejaron de trabajar muchas tierras y el pueblo, poco a poco, fue envejeciendo.

«Se innovó mucho en el Priorat cuando se introdujeron las máquinas de hacer bancales y los vehículos» nos explica. Cuando los animales pudieron descansar, en el Priorat hubo un punto de inflexión.

“En casa” dice de August, “tuvimos la suerte de que papá tuvo una muy buena idea.  La gente de Barcelona iba a visitar a los pueblos y él, empezó a vender el vino al por menor”.  Lo vendían directamente… la gente pasaba por allí y entraba en casa y compraba. Más adelante, la cooperativa también lo hizo (hubiera podido ser al revés, pero fue así).  Porque en el Priorat se producía poco y había muy poco margen para comerciar con el vino. Venderlo directamente era una opción que ofrecía una mejor rentabilidad en el negocio.

Así fueron haciendo, hasta que su padre enfermó y murió en 1986. Su padre no le dejaba hacer nada. Comenta que padre e hijo no se llevaban muy bien.  No eran amigos. Y dice que es un episodio pasado, pero de lo que se lamenta especialmente. Pero la bodega nunca se ha detenido. La bodega sobrevivió. Otras muchas casas en el pueblo también hacían su propio vino, pero no pudieron aguantar. «Nosotros tuvimos suerte» explica.  Pero creo que no fue suerte, sino que supieron aprovechar lo que tenían y eso les permitió superar aquella crisis y continuar hasta la actualidad.

En los años 80, llegaron estos «hippies» hasta entonces, la gente trabajaba la tierra, pero sólo por subsistencia. Y primero me hacían algo de compasión y ellos empezaron a arrancar y trabajar de otra manera y revalorizaron el vino y la tierra. «Quizá económicamente se ha reactivado el pueblo, pero socialmente no, la gente que viene a trabajar es de fuera» nos apunta.

Ahora, la bodega la lleva su hija. Y su yerno. Toda la familia participa del proyecto. Él tiene 76 años y dice que “no puedo quejarme, he superado algún susto de salud, pero… aquí estamos”. Va al campo con el tractor todos los días y labra. Y se le ve contento y satisfecho.

Muchas gracias, Augusto. Por tu acogida, por hacernos sentir como en casa, por ser tan llano y accesible. Mucha suerte y fuerza para continuar Celler Cecilio por muchos años. 

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EL NUEVO MUSEO DEL VINO

EL NUEVO MUSEO DEL VINO

«Y de 1935 aquí…. quién lo diría« son las palabras de Xavier Fornos, director del Museo de las Culturas del Vino – Vinseum, de Vilafranca del Penedès. Y hace este comentario después de contarnos de un vuelo la trayectoria del Museo, desde sus inicios hasta la actualidad. Ha llovido mucho y se ha pasado por distintas etapas. El museo fue una iniciativa de antes de la Guerra Civil que quedó paralizada por esta guerra y se consolidó en 1945, ya en plena dictadura, como el primer Museo del Vino, (Museo del Vino, en la época), de España, y, probablemente, también de Europa. En esta primera etapa, el museo era básicamente un equipamiento cultural de ámbito local que intentaba aglutinar todo tipo de patrimonio vitivinícola, pero también histórico y artístico. Poco a poco, el fondo material del museo se fue ampliando gracias a donaciones privadas. “Un museo de museos”, nos comenta Xavier.

En la década de los 90, tanto las instalaciones como la organización interna del museo, están envejecidas y comienza una transformación bajo la dirección de la Monserrat Iniesta, quien toma el relevo. El principal objetivo del nuevo plan director será que el museo se consolide como herramienta de conservación, restauración y promoción del patrimonio cultural, así como promover colaboraciones entre el tejido asociativo, cultural y empresarial del territorio.

Un proyecto que no se ha quedado sólo con esto, sino que se ha marcado un reto de futuro mucho más ambicioso que busca responder a las necesidades de un equipamiento museístico moderno con vocación nacional. La intención es hacer del Vinseum (nombre que ponen en el museo a partir de 2007), un museo del vino diferente, aprovechando la diversidad de colecciones de que dispone y, sobre todo, explicar su valor añadido, el legado cultural, patrimonial, social e histórico que marca la identidad ya no sólo del Penedès sino de un territorio mucho más amplio, como Cataluña.

El museo que estaba situado el antiguo palacio medieval de los Reyes de la Corona de Aragón, para poder ser inscrito en el registro oficial de museos de la Generalidad de Cataluña como Museo de interés nacional necesitaba algunas mejoras en su infraestructura e instalaciones. Por ello, y movidos por el espíritu de mejora, inició un nuevo proyecto financiado por todas las administraciones (local, autonómica y estatal) y, también, fondos europeos. Una enorme inversión que ha servido y servirá para renovar completamente el proyecto, dotándole de un nuevo espacio expositivo estable de más de 3000 m2.

Este nuevo espacio cuenta con un amplio espacio de acogida, “un ágora cubierta” tal y como lo describe Xavier, donde estarán expuestas dos obras de gran formato: una prensa que data del s. XVIII de Cunit, y un mural del artista local Pau Boada que muestra el ciclo de la viña y el vino y que se ha reubicado que ha supuesto un traslado de gran dificultad técnica.

Además, habrá una gran maqueta de Cataluña que ubicará las diferentes zonas vinícolas del país.

El recorrido del museo pasará por explicar el mundo del vino desde una previa dedicada a las raíces de la zona, centrándose en el Penedès como centro neurálgico del vino. La exposición principal, dedicada a las culturas del vino de Cataluña y ocupará las tres plantas superiores del nuevo edificio y una del histórico. Hará “una referencia marcada en el vino del país (…) hablando de las culturas del vino de Cataluña desde los orígenes hasta ahora, desde el punto de vista antropológico, social, cultural…” explica Fornos.

La primera planta, se dedicará a actividades culturales complementarias. “La primera planta se dedicará a actividades culturales complementarias. El espacio es y estará lleno de actividad todo el año», dice Xavier Fornos. Además, el proyecto arquitectónico ha sabido comunicar de forma muy orgánica el antiguo espacio con el futuro espacio y permite que el visitante pase de un edificio a otro sin darse cuenta. También se ha tenido la habilidad de recuperar antiguas paredes y callejones medievales de Vilafranca y pueden verse perfectamente integrados en el espacio moderno.

El proceso de transformación se acerca a su culminación ya que tienen previsto abrir sus puertas en el último trimestre de 2023, si todo va bien. Por el momento, el museo está cerrado al público y sólo se puede visitar una exposición ubicada en la capilla gótica de Sant Pelegrí (contigua al nuevo edificio). El espacio fue rehabilitado como sala de exposiciones temporales, pero también es un espacio con mucha historia, puesto que la capilla fue quemada en 1934, transformada en monumento a los caídos del bando franquista y, finalmente, reconstruida en los años ochenta. En estos momentos, la exposición “Alcemos la copa” que se puede visitar ahora, explica el nuevo proyecto de museo e invita al visitante a dejar una copa en la sala para levantarla el día de la inauguración del nuevo espacio.

Después de esto estamos impacientes por ver este nuevo proyecto en funcionamiento y estamos convencidos de que será muy fiel al proyecto descrito y escrito (“el papel lo aguanta todo” como muy bien nos dice su director, pero su trabajo también lo hace posible).

¡Alzaremos la copa con vosotros!

Gracias por recibirnos y por hacer lo que hace con tanta pasión y profesionalidad.

 

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HISTORIA, LA COOPERATIVA DE FALSET, 1919

LA COOPERATIVA DE FALSET

Nos desplazamos a la Cooperativa de Falset para hablar con su presidente Ricard Rull y la responsable de enoturismo Maria Martí. Nos reciben en los exteriores del edificio más emblemático de Falset: la catedral del vino, un edificio modernista diseñado por el arquitecto Cèsar Martinell. Como la mayoría de las bodegas cooperativas de principios de siglo y gracias a la financiación obtenida gracias al Banco de Valls, la bodega cooperativa de Falset se pudo construir el 1919.

Si el exterior del edificio impresiona, el interior aún más. Su altura y la planta basilical (nave principal y dos laterales, como en una iglesia) nos demuestran que se puede combinar perfectamente utilidad y estética. Y a modo de reliquia, las dos tinas de madera llenas de vermut, originales de 1919, ¡increíble! Y los materiales de construcción son muy humildes, baratos y fáciles de conseguir: ladrillos y piedra; pero utilizados con una gracia funcional excepcional.

Vueltas catalanas soportan las tinas, ahora de acero inoxidable y cemento, y «hacen que haya una circulación constante del aire» como nos explica Maria. Evitando así un sobrecalentamiento y también comunicando pasillos y facilitando el trabajo. También los lagares subterráneos cilíndricos y separados por cámaras aislantes ventiladas. El edificio lo pensaron conjuntamente Cèsar Martinell y el primer enólogo de la bodega, Erasme M. Imbert, quien le planteó sus necesidades para hacer el vino y el arquitecto, supo recogerlo en el diseño.

El techo está hecho con cerchas de madera- La nave central mantiene las cerchas originales y la teja alicantina, para permitir mayor aeración. Su ligereza permitió trabajar sobre columnas de ladrillos más bien decorativas resaltando la elegancia del edificio. También original es el depósito de agua del exterior que ahora podemos ver accediendo a una de las terrazas en las que reposan las damajuanas vacías, pero en muy pocos días llenas de vino a sol y serena, el futuro vino rancio. Una de las estrellas de la bodega, sobre todo en los años 60 y 70,  que se enviaba a Barcelona gran parte de la producción.

De nuevo en el interior, accedemos a un lateral del edificio en el que encontramos la bodega experimental, el antiguo acceso al molino de aceite, que ahora acoge huevos de cemento y damajuanas. Probando cosas nuevas. “no se puede estar nunca quieto” nos dice el Ricardo.

Y es que la cooperativa de Falset está formada en la actualidad por 350 socios y, evidentemente, la sección más importante es la del vino. Pero no siempre fue así. «Otras actividades como la vena de huevos, la manzana o el cereal, han pasado a ser actividades más importantes económicamente por los socios en otras épocas» nos explica el presidente.

Este edificio, al igual que otros de la misma época, representa la manifestación arquitectónica visible de lo que fue el cooperativismo agrario en Cataluña. A finales del siglo XIX, en plena crisis de la filoxera, el país busca nuevas formas de organizar los intereses económicos y sociales del campo.

Campesinos y propietarios van a hacer frente común contra la crisis: a través de estructuras de solidaridad vertical van a intentar adaptar la agricultura a las nuevas condiciones de los mercados agrarios; mantener una cierta paz social e invertir para “adoptar nuevas técnicas agrícolas para impulsar el crecimiento agrario y apaciguar las reivindicaciones sociales de los campesinos” 1. Esta inversión supuso la construcción de infraestructuras complejas y eficientes como esta bodega que nos ocupa.

La profesionalización de la cooperativa supuso un antes y un después y, sobre todo, fue la clave para la supervivencia de la entidad. Los socios se organizan en una Junta Rectora formada por 12 socios, entre los que se elige el presidente, el secretario y el tesorero. Pero la cooperativa no necesitaría de esa Junta para funcionar, los socios solo marcan las directrices y colaboran en todo lo que pueden de buena voluntad.

La infraestructura de la cooperativa es muy costosa, pero en la actualidad se ha apostado claramente por la calidad del producto «Hoy en día no se trata de producir mucho, sino de producir poco y con valor» nos comenta Ricard convencido. Han quedado muy atrás aquellos años en los que se debían más de 3 y 4 cosechas a los socios… Gracias al buen trabajo, se revirtió la situación y ahora están en equilibrio. Y el campesino está contento.

El futuro para seguir apostando per la calidad, el enoturismo (donde la cooperativa también ha sido pionera) y secciones innovadoras, como ahora la futura comunidad energética local, de la cual están ultimando detalles para poder iniciar la actividad.

 

 

  1. Jordi Planas, Tesi Doctoral
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CAMÍ PESSEROLES Y SU ORIGEN

CAMÍ PESSEROLES Y SU ORIGEN

¿Y qué diremos de la finca de Camí Pesseroles que no sepamos? La finca de Camí Pesseroles se encuentra a orillas del antiguo camino real entre Gratallops y Porrera. El suelo de pizarra desmenuzada y la plantación en ladera impregnan de carácter tanto el viñedo como el vino que sale.

1939 es la fecha que figura en los registros como momento en que se plantó el viñedo. Es extraño que en un momento en que se acababa o justo se estaba acabando la guerra, alguien se aventurara en una empresa tan arriesgada. Pero, por lo que hemos podido saber, muchos registros oficiales se quemaron y todos los viñedos, que se plantaron entre 1930 y 1940, se les adjudicó una misma fecha, 1939. Hablamos pues de un viñedo que tiene más de 80 años, concretamente cariñena, plantada en vaso. En el vino de Camí Pesseroles, también entró garnacha, pero ésta, proviene de una finca vecina y se plantó más recientemente, hace aproximadamente 35 años.

Hablamos de un período de la historia del Priorat muy interesante. La filoxera ya había pasado, y con ella, aquellos que se habían lucrado con la actividad comercial generada por el vino, decidieron cerrar las puertas de sus casas, abandonar el viñedo y abrir nuevos horizontes lejos de bancales y viñedos. Lejos del Priorat. Quienes quedaron continuaron trabajando el viñedo con los mismos métodos y modos de antes, pero la Primera Guerra Mundial, primero, y la Segunda, después, hizo que las exportaciones cayesen y el dinamismo comercial perdió mucho peso. La dictadura tampoco ayudó. Priorat se cerrará en sí mismo y no empezará a abrirse hasta bien entrados los 70.

En cuanto al vino, fue un momento en el que la cariñena tuvo el protagonismo. El proceso que se seguía era muy manual. La uva se vendimiaba a mano y se colocaba en cestas o cubos y éstos, una vez llenos, se volcaban en las portadoras, que eran unos recipientes ovalados y hondos de madera que se llenaban de uva para poder transportarlo en carro hasta la bodega o casa, donde se haría el vino. Incluso se aplastaba la uva de las portadoras allí mismo para que entrara más cantidad de uva. En la bodega, se pisaba la uva y se llenaban los lagares, donde fermentaría y una vez hecho el vino, se pondría en barricas de madera, normalmente de castaño hasta venderlo o consumirlo.

Las maneras del pasado han cambiado, pero en Camí Pesseroles que hace Mas Martinet en la actualidad, hemos querido respetar la personalidad de los vinos del pasado. Y la uva cosechada se transporta en portadoras hasta la bodega, que previamente hemos pisado en la finca para albergar la máxima cantidad posible. Una vez en bodega, la uva fermentará en tinas de madera abiertas hasta que decidimos prensar. Tras la prensa, el vino se criará en botas de castaño y damajuanas hasta el momento de embotellar. Con este proceso, intentamos transmitir la personalidad de un viñedo viejo con un fuerte carácter y también, respetar unos métodos olvidados para perdurarlos en el tiempo.

El vino Camí Pesseroles de la actualidad es pura mineralidad y rusticidad, un reflejo de la viña de donde proviene. Un homenaje al Priorat de los años 50, en plena posguerra y revolución industrial.

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¿NOS ACOMPAÑAS EN NUESTRO VIAJE?

OTRA VUELTA AL SOL

Volvemos a estar aquí. Agradecidos de seguir un año más con nuestros aprendizajes y acompañamiento. Afrontamos un 2023 con propósitos renovados y retomamos las buenas costumbres. No queremos perder la oportunidad de haceros partícipes de todas las cosas que hacemos, de los nuevos proyectos que nos planteamos, de las personas con las que colaboramos, de toda esta gran telaraña de la que formamos parte.

Pero antes, un momento de reflexión. El mundo cambia, el tiempo cambia, las formas cambian… todo parece estar en constante movimiento. Mientras tanto las cepas, la viña y la naturaleza, en general, tienen otro ritmo, más lento, más orgánico. Aún así, no esta exento de recibir las consecuencias de la aceleración del mundo.

Una de las primeras cosas que hacemos cuando comenzamos el año es comprobar el calendario lunar de Maria Thun (bióloga alemana pionera de la agricultura biodinámica). Nos planteamos el nuevo ciclo en función de este calendario, observando como irá el año que empezamos a grandes rasgos. Y buscamos los perigeos* en el calendario. Comprobamos que estén alejados de la luna llena. No queremos repetir otro 2020 y su humedad extrema (añada que perdimos más del 80% de la cosecha). Por suerte, este año no se dará ningún caso y eso debería ser una alegría para nosotros, pero, el comentario de Sara ha sido: “preferiría que los hubiera, porque significaría que viene agua”.

Y es que si una cosa necesitamos este 2023 es agua… la balsa de Mas Martinet esta vacía, no entra agua desde el pasado mes de mayo… ni una gota, lo que quiere decir que la montaña esta seca, el bosque este seco, la viña está seca. Todo está seco.

Así que, si tenemos que pedir algo, si es que podemos permitirnos el lujo de pedir, pedimos agua, agua, agua y mucha agua. Agua y ya está.

Y que sigáis acompañándonos en nuestro viaje. Que sigáis leyendo, escuchando y, sobre todo, bebiendo vino. Feliz año 2023.

Mas Martinet.

*  Perigeo: Es el punto de la órbita de un satélite en el que este cuerpo está más cerca del cuerpo alrededor del cual orbita, o sea, el punto en el que la Luna y la Tierra están más cerca. Los perigeos y los apogeos (el fenómeno contrario) se suceden en cada órbita lunar debido a que la Luna describe una elipse (y no un círculo) en torno a la Tierra. Esto provoca que la Luna de perigeo (o luna llena de perigeo) se vea más grande y brillante que el resto de las noches de luna llena (de hecho, la diferencia es prácticamente inapreciable a simple vista, pero está ahí), y por eso a veces la Luna de perigeo se llama popularmente superluna).

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TORNER, DESDE 1739

TORNER, DESDE 1739

El nombre de Torner se asocia al oficio de tonelero ya desde el año 1739, cuando Simó Torner se casa con Teresa Estalella. Agustí Torner, actual gerente, es la 8ª generación. No han cambiado muchas cosas en lo que se refiere a la fabricación de las barricas. La tonelería estaba situada en Vilafranca y se trabajaba en el exterior. Esto sí que ha cambiado. Ahora trabajan en una nave enorme en Sant Cugat Sesgarrigues, pero las barricas se hacen igual, algunos procesos se han mecanizado pero la esencia es exactamente la misma.

Torner es una pequeña tonelería que fabrica a la carta. Trabajan con diferentes maderas: castaño, acacia, roble francés, roble americano, cerezo… Diferentes tamaños, de 200, 300, 400, 500… Diferentes tostados: ligero, medio, plus… Siempre en función de lo que les piden sus clientes y, como es bien sabido: ¡para gustos colores!

La madera que reciben de los aserraderos, la guardan en el exterior por lo menos durante un par de años para que se vaya secando, pierda su astringencia y gane en dulzura. Tiene que estar en contacto con los elementos: aire, sol y agua, nos explica Jaume. Con el tiempo, la madera puede perder algo de fibra y es más difícil de domar, pero, en cambio gana con dulzura, elegancia y finura.

Jaume Ramos, el encargado, es la persona que nos atiende y enseña todo. Tiene 56 años, tenía 16 cuando empezó a hacer de botero. Nos explica que cuando empezó, las bodegas sólo utilizaban castaño y algo de roble francés. El castaño era la madera más económica y funcionaba bien. Pero poco a poco se fue introduciendo el roble, debido a las exigencias de los consumidores, hasta llegar a darse la vuelta a la tortilla. Ahora, enólogos y consumidores vuelven a demandar más diversidad y esto hace que se vuelva a trabajar con la madera tradicional, es así como llaman al castaño; con la acacia, el cerezo… sin olvidar el roble tan francés como americano.

Jaume nos hace dar cuenta de que cada tipo de madera tiene diferentes características y, por tanto, diferente influencia en el vino que crían. Así, por ejemplo, la madera más dulce es la de cerezo. La más porosa, la de castaño (que tiene un crecimiento muy rápido y, en consecuencia, los anillos de crecimiento más separados). La más consistente y pesada la de roble americano. La más fina, la de roble francés… El vino, por tanto, cambia en función de las diferentes características que tiene cada madera.

Las barricas que fabrican no poseen ningún elemento sintético. Todo es natural. Las duelas se enganchan sólo con la presión que ejercen unas con otras. Las de las tapas, se asemejan. «Es un trabajo preparado para el siglo XXI porque no contamina», nos dice. Y genera muy pocos residuos. Una vez terminada la vida útil de las barricas se desmontan, los aros se reciclan, y la madera se degrada… no contamina… es orgánica.

Pulen las maderas, las sierran a la medida que necesitan y los sobrantes se aprovechan para encender el fuego y mantenerlo a temperatura. Volvemos al tema de los residuos: reaprovechan tanto el trompo como los restos de madera. Éstos serán los únicos combustibles que utilizarán durante el proceso, consiguiendo un calor totalmente natural. Se calienta la madera para poder darle forma, poco a poco, con paciencia, porque de hacerse demasiado rápido se podría romper. Hay que ir hidratando la madera mientras se calienta… y la hacemos flexible. Durante este proceso, el tostado va penetrando la madera y va caramelizando los taninos, los hace más dulces, más finos.

También pueden reparar y preparar barricas para volver a utilizarse, rebajando la madera casi 0,5 cm para limpiarla completamente de los vinos que se hayan criado anteriormente. Una vez limpias, se pueden volver a tostar según la preferencia del cliente y volver a utilizarlo de nuevo.

Una vez añadidas las tapas a las barricas, se utiliza una silicona a base de harina sin gluten. Se cambian los aros de fabricación por los definitivos. Se pulen de nuevo las barricas para que queden limpias y finas. Se comprueban para asegurar que no existan pérdidas. Y con un láser se sellan con el nombre de la tonelería, el tipo de madera, el año y el tostado.

Como dice Jaume, la madera es un ser vivo que ayuda a hacer un producto mejor.

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JOAN CARLES LLACH

JOAN CARLES LLACH

Juan Carlos Llach es un artesano ceramista del Penedès. Un enamorado de la arquitectura catalana y de su importancia en el patrimonio arquitectónico del país y del mundo: la bóveda catalana, la teja larga de 50 cm, las tortugadas (quizás es de los únicos que la hacen a mano, todavía)… Y disfruta haciendo baldosas a la manera tradicional, con moldes de madera, respetando los diferentes colores que ofrece el barro… creando cuadros en los suelos de las casas, y un taller curioso, ya que cuelga los moldes de madera de las diferentes baldosas del techo.

Juan Carlos también hace vino. “Mi abuelo era campesino y yo recogía uvas desde los 10 años. Yo odiaba el mundo del vino, por todo lo que implicaba en ese momento (…).” Pero finalmente se decidió hacer vino con la mínima intervención, al igual que lo había hecho su abuelo: pisado con los pies, sin tocar el sombrero, criado en jarras… Y nos ofrece una copa de uno de sus vinos. Un parellada muy salvaje hecho en una jarra de barro blanco (muy porosa) que da notas muy secantes al vino y, también, una buena estructura. Un rock’n’roll.

Tardó 10 años en tener un taller más o menos consolidado. Y es que eligió un sitio privilegiado a 550 m. de altura en el Penedès, concretamente en el municipio de Font-Rubí. Pero al igual que era privilegiado también lo era de inaccesible, sobre todo en sus inicios (tardó 1 año y medio en tener teléfono). Ahora, evidentemente, las comunicaciones y las infraestructuras han cambiado y el mundo se le ha acercado, por suerte, facilitando mucho su trabajo.

En 2010 le preguntan si puede hacer tinajas para criar el vino. Y él dice que sí, pero no sabe qué barro utilizar. Por tanto, empezó a hacer pruebas que duraron entre 1 y 2 años. Las pruebas las realizaba en envases muy pequeños y vinos ya terminados. Así podía obtener resultados más rápidos. Probó distintos tipos de suelos y también mezclas. Actualmente trabaja con tres tipos de barro diferentes, aunque podría ofrecer muchos más.

Considera que no todos los barros van bien a todos los vinos. Cada barro aporta características distintas. Además, cada suelo tiene cargas eléctricas distintas, negativas o positivas. «La cerámica siempre ha sido un gran conductor y también un gran aislante (dependiendo de la formulación de la tierra) y se puede aprovechar para sacar lo mejor de cada vino» nos explica.

Nos enseña dónde guarda las tierras (blanca, roja) y también el taller. Del taller nos sorprende ver muchos tornos. No sabe cuántos tiene (unos 16 o 17) pero son del mismo tipo. Un torno de un fabricante catalán que ya ha desaparecido pero que es muy resistente y es el que prefiere por su trabajo. Todas las tinajas se hacen en torno. Lo que no hace es repetir formatos, respeta más o menos su capacidad, pero la forma no… depende de su estado de ánimo y de cómo esté: “si yo tuviera que repetir la misma pieza sin parar, llegaría un día que no me levantaría” Le gusta trabajar con cierta libertad de creación. Trabaja en pie y en lo alto de una escalera. Primero moldea toda la cantidad de barro que puede asumir de un tirón y después va añadiendo más cantidad poco a poco. Como la pieza debe dejarla secar porque no la puede trabajar toda de una vez (se caería por su propio peso), lo que hace es trabajar varias piezas a la vez y así, va pasando de una pieza a otra, de un torno a otro, hasta volver a seguir con la primera.

También nos enseña uno de los hornos. El mayor donde puede cocer las tinajas. Él mismo lo ha modificado para trabajar desde el suelo poder poner la pieza directamente sin necesidad de remontarla. ¿Ceramista e inventor? No, dice que sólo soluciona los problemas que se va encontrando por el camino.

Por cada pieza tarda unos 10/12 días moldeándola, 1 mes de saecado, 3 días de horno, 2 días más para que se enfríe y después, hay que llenarla de agua y dejarla llena durante un par de semanas para comprobar que no pierde, que no tiene ninguna grieta. Un proceso largo y costoso, personalizado para cada cliente, porque le gusta adaptarse a lo que cada uno necesita.

Y para terminar nuestra visita, nos hace una pieza pequeña… con esa facilidad, con esa práctica, con esa gracia… va subiendo el barro, poco a poco, de manera delicada y con mucho cuidado. Nos hará un jarrón pequeño. Es hipnótico para él y para nosotros que lo miramos. «El torno es terapéutico, tiene la capacidad de hacerte evadir» nos comenta. Además, el torno es rítmico, sigue el ritmo del cuerpo, de la respiración…. Y cuando ya lo tiene terminado, coge un sedal y el jarrón se pliega sobre sí mismo y queda totalmente deshecho en cuestión de un segundo y nos dice: «la vida es tan frágil como esto»

Y nos sobresalta el corazón.

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ÁNFORAS JORNET

ÁNFORAS JORNET

Entrar en el taller de Josep es como volver atrás en el tiempo. Vemos las generaciones anteriores (el abuelo, el padre) en las paredes en forma de barro seco. Otras épocas… modos de trabajar que han conservado los métodos, pero no las formas, ya que, por suerte, algunos trabajos se han automatizado.

El barro se lo hace él mismo, hace una mezcla de barro refractario que le traen de Pinell de Brai y arcilla de Tortosa. Antes la arcilla la sacaban directamente del río, pero ahora «ya no baja el río como antes y lleva muchos residuos» según nos comenta. Nos enseña los dos materiales que tiene en dos montones en el exterior y nos explica que para hacer el barro que utiliza, coge una mitad de cada uno de los materiales y los mezcla. La mezcla sale por un tubo, se filtra y va llenando las balsas. Tarda 9 horas para llenar cada una de las balsas que tiene y un día entero más, para repasar, que significa volver a remover y llenar, porque si no, se solidifica y no se podría utilizar. De las dos balsas saca unos 17 o 18000 kg que debe entrar él mismo en el taller, poco a poco. Peso arriba y peso abajo, “acabas todo desgarbado” nos dice.

Ya en el taller de nuevo, primero pasamos por una sala llena de tiestos de diferentes tamaños a punto de cocer. Trabaja para mayoristas y, en el momento en que estamos con él, prepara un pedido de un mismo cliente de jardinería. Las piezas para secarse tardan más o menos, en función del tiempo que haga y del tamaño que tengan, «ahora estás una semana y en invierno estás un mes» nos explica. Sólo trabaja piezas grandes, es la 7ª generación de alfareros de pieza grande. Lleva desde los 14 años dedicándose al barro, aunque sus padres le hacían poner al torno ya a los 6 ó 7 años mientras sus hermanas estaban en la piscina.

Se prepara para tornear. Se pone el delantal y coge una pieza que ya está comenzada para seguir haciéndola. Las piezas grandes no se hacen de una sola vez porque el barro no aguantaría el peso y se aplastaría. El torno lo tiene de lado porque al trabajar con piezas grandes no las puede tener delante. La verdad es que no tiene una postura muy cómoda, sino todo lo contrario… «¡los viajes que hago al fisio!» nos apunta, riendo.

Y trabaja… Y parece fácil cuando lo ves. Las manos fuertes, pero a la vez delicadas trabajan el barro, haciendo la pieza más grande y fina. Y dice que de vez en cuando también se le cae, y debe volver a empezar. Y que no puede dejarlo a medias, cuando se empieza una pieza debe acabar. Y esto significa trabajar todos los días hasta que se acaba. El barro no entiende de festivos ni jornadas laborales.

Y lo triste de todo es que no hay relieve. En su caso no tiene ningún aprendiz, ni hay nadie que venga detrás, él es el último de la familia. Y a excepción de otros dos jóvenes en el pueblo, el resto de los talleres que había en Miravet también peligran. Un oficio que se pierde y una tradición local que termina.

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