Juan Carlos Llach es un artesano ceramista del Penedès. Un enamorado de la arquitectura catalana y de su importancia en el patrimonio arquitectónico del país y del mundo: la bóveda catalana, la teja larga de 50 cm, las tortugadas (quizás es de los únicos que la hacen a mano, todavía)… Y disfruta haciendo baldosas a la manera tradicional, con moldes de madera, respetando los diferentes colores que ofrece el barro… creando cuadros en los suelos de las casas, y un taller curioso, ya que cuelga los moldes de madera de las diferentes baldosas del techo.
Juan Carlos también hace vino. “Mi abuelo era campesino y yo recogía uvas desde los 10 años. Yo odiaba el mundo del vino, por todo lo que implicaba en ese momento (…).” Pero finalmente se decidió hacer vino con la mínima intervención, al igual que lo había hecho su abuelo: pisado con los pies, sin tocar el sombrero, criado en jarras… Y nos ofrece una copa de uno de sus vinos. Un parellada muy salvaje hecho en una jarra de barro blanco (muy porosa) que da notas muy secantes al vino y, también, una buena estructura. Un rock’n’roll.
Tardó 10 años en tener un taller más o menos consolidado. Y es que eligió un sitio privilegiado a 550 m. de altura en el Penedès, concretamente en el municipio de Font-Rubí. Pero al igual que era privilegiado también lo era de inaccesible, sobre todo en sus inicios (tardó 1 año y medio en tener teléfono). Ahora, evidentemente, las comunicaciones y las infraestructuras han cambiado y el mundo se le ha acercado, por suerte, facilitando mucho su trabajo.
En 2010 le preguntan si puede hacer tinajas para criar el vino. Y él dice que sí, pero no sabe qué barro utilizar. Por tanto, empezó a hacer pruebas que duraron entre 1 y 2 años. Las pruebas las realizaba en envases muy pequeños y vinos ya terminados. Así podía obtener resultados más rápidos. Probó distintos tipos de suelos y también mezclas. Actualmente trabaja con tres tipos de barro diferentes, aunque podría ofrecer muchos más.
Considera que no todos los barros van bien a todos los vinos. Cada barro aporta características distintas. Además, cada suelo tiene cargas eléctricas distintas, negativas o positivas. «La cerámica siempre ha sido un gran conductor y también un gran aislante (dependiendo de la formulación de la tierra) y se puede aprovechar para sacar lo mejor de cada vino» nos explica.
Nos enseña dónde guarda las tierras (blanca, roja) y también el taller. Del taller nos sorprende ver muchos tornos. No sabe cuántos tiene (unos 16 o 17) pero son del mismo tipo. Un torno de un fabricante catalán que ya ha desaparecido pero que es muy resistente y es el que prefiere por su trabajo. Todas las tinajas se hacen en torno. Lo que no hace es repetir formatos, respeta más o menos su capacidad, pero la forma no… depende de su estado de ánimo y de cómo esté: “si yo tuviera que repetir la misma pieza sin parar, llegaría un día que no me levantaría” Le gusta trabajar con cierta libertad de creación. Trabaja en pie y en lo alto de una escalera. Primero moldea toda la cantidad de barro que puede asumir de un tirón y después va añadiendo más cantidad poco a poco. Como la pieza debe dejarla secar porque no la puede trabajar toda de una vez (se caería por su propio peso), lo que hace es trabajar varias piezas a la vez y así, va pasando de una pieza a otra, de un torno a otro, hasta volver a seguir con la primera.
También nos enseña uno de los hornos. El mayor donde puede cocer las tinajas. Él mismo lo ha modificado para trabajar desde el suelo poder poner la pieza directamente sin necesidad de remontarla. ¿Ceramista e inventor? No, dice que sólo soluciona los problemas que se va encontrando por el camino.
Por cada pieza tarda unos 10/12 días moldeándola, 1 mes de saecado, 3 días de horno, 2 días más para que se enfríe y después, hay que llenarla de agua y dejarla llena durante un par de semanas para comprobar que no pierde, que no tiene ninguna grieta. Un proceso largo y costoso, personalizado para cada cliente, porque le gusta adaptarse a lo que cada uno necesita.
Y para terminar nuestra visita, nos hace una pieza pequeña… con esa facilidad, con esa práctica, con esa gracia… va subiendo el barro, poco a poco, de manera delicada y con mucho cuidado. Nos hará un jarrón pequeño. Es hipnótico para él y para nosotros que lo miramos. «El torno es terapéutico, tiene la capacidad de hacerte evadir» nos comenta. Además, el torno es rítmico, sigue el ritmo del cuerpo, de la respiración…. Y cuando ya lo tiene terminado, coge un sedal y el jarrón se pliega sobre sí mismo y queda totalmente deshecho en cuestión de un segundo y nos dice: «la vida es tan frágil como esto»
Y nos sobresalta el corazón.