Entrar en el taller de Josep es como volver atrás en el tiempo. Vemos las generaciones anteriores (el abuelo, el padre) en las paredes en forma de barro seco. Otras épocas… modos de trabajar que han conservado los métodos, pero no las formas, ya que, por suerte, algunos trabajos se han automatizado.
El barro se lo hace él mismo, hace una mezcla de barro refractario que le traen de Pinell de Brai y arcilla de Tortosa. Antes la arcilla la sacaban directamente del río, pero ahora «ya no baja el río como antes y lleva muchos residuos» según nos comenta. Nos enseña los dos materiales que tiene en dos montones en el exterior y nos explica que para hacer el barro que utiliza, coge una mitad de cada uno de los materiales y los mezcla. La mezcla sale por un tubo, se filtra y va llenando las balsas. Tarda 9 horas para llenar cada una de las balsas que tiene y un día entero más, para repasar, que significa volver a remover y llenar, porque si no, se solidifica y no se podría utilizar. De las dos balsas saca unos 17 o 18000 kg que debe entrar él mismo en el taller, poco a poco. Peso arriba y peso abajo, “acabas todo desgarbado” nos dice.
Ya en el taller de nuevo, primero pasamos por una sala llena de tiestos de diferentes tamaños a punto de cocer. Trabaja para mayoristas y, en el momento en que estamos con él, prepara un pedido de un mismo cliente de jardinería. Las piezas para secarse tardan más o menos, en función del tiempo que haga y del tamaño que tengan, «ahora estás una semana y en invierno estás un mes» nos explica. Sólo trabaja piezas grandes, es la 7ª generación de alfareros de pieza grande. Lleva desde los 14 años dedicándose al barro, aunque sus padres le hacían poner al torno ya a los 6 ó 7 años mientras sus hermanas estaban en la piscina.
Se prepara para tornear. Se pone el delantal y coge una pieza que ya está comenzada para seguir haciéndola. Las piezas grandes no se hacen de una sola vez porque el barro no aguantaría el peso y se aplastaría. El torno lo tiene de lado porque al trabajar con piezas grandes no las puede tener delante. La verdad es que no tiene una postura muy cómoda, sino todo lo contrario… «¡los viajes que hago al fisio!» nos apunta, riendo.
Y trabaja… Y parece fácil cuando lo ves. Las manos fuertes, pero a la vez delicadas trabajan el barro, haciendo la pieza más grande y fina. Y dice que de vez en cuando también se le cae, y debe volver a empezar. Y que no puede dejarlo a medias, cuando se empieza una pieza debe acabar. Y esto significa trabajar todos los días hasta que se acaba. El barro no entiende de festivos ni jornadas laborales.
Y lo triste de todo es que no hay relieve. En su caso no tiene ningún aprendiz, ni hay nadie que venga detrás, él es el último de la familia. Y a excepción de otros dos jóvenes en el pueblo, el resto de los talleres que había en Miravet también peligran. Un oficio que se pierde y una tradición local que termina.