VINO RANCIO,VINO BUENO 

La evolución a lo largo del tiempo en condiciones concretas lleva ciertos vinos a envejecer – y alguien dirá acertadamente que a embellecer-  de manera extraordinaria.

El vino rancio es un tesoro escondido de las regiones más cálidas con tradición vinícola.

Un vino de colores pardos, terrosos, caoba, bronce. Aromas complejos, dulzones, tostados, de tabaco seco, de hidrocarburo y unas notas acetónicas desconcertantes de entrada. Sabores de frutos secos, de algarroba, tostados, amargos y hasta toques umami. Textura densa y a veces áspera y una persistencia en boca larguísima. Un vino que quiere su tiempo para ser disfrutado.

Como consumidor, la aproximación al vino rancio puede ser lenta y hasta puede generar un cierto desconcierto. Se añade la connotación bastante peyorativa que tiene, al menos actualmente, el adjetivo rancio que de entrada puede generar una perspectiva poco alentadora para el consumidor. Por otro lado, este nombre prepara para abordar un vino que no es común y que, seguro que sorprende, donde encontramos aromas volátiles que inicialmente pueden parecer hostiles.

Pasada esta barrera de entrada, poco a poco se abre un mundo de complejidad y matices que hacen, que quien tiene la paciencia de ir entrando acabe apreciando este vino como un compañero de sobremesa leal y genuino.

Históricamente encontramos otras denominaciones para referirnos a él: vino de la bota madrina, vino de la bota del racó, vino bueno o vino de digerir.

Estos nombres denotan y dan una idea del papel que este tipo de vino ha jugado a nivel antropológico. Tenemos un vínculo muy fuerte con el vino rancio, aunque nos lo miramos desde la lejanía: el factor cultural. Un factor cultural que hemos estado a punto de perder y que no hemos dejado de cultivar y cuidar.

Afortunadamente, el vino rancio en Catalunya ha vivido un resurgimiento los últimos años. Este redescubrimiento y revaloración del vino rancio ha despertado el interés y la inquietud de recuperar barricas antiguas, dejadas de la mano de Dios y casi desvalidas en rincones de casas familiares y bodegas. En algunos casos, la falta de relieve generacional ha dejado en suspenso un vino o unas botas que llevan escrito en lenguaje vitivinícola la historia de esa familia o bodega.

El trabajo de recuperación de botas viejas es un esfuerzo ingente que algunos y algunas elaboradoras valientes han querido regalarnos. Cuadrar los números puede ser una quimera teniendo en cuenta la necesidad de recuperar botas antiguas y a veces resecas. Además, el tiempo es un elemento indispensable para que se integre el vino joven que refresca las madres de la bota, con un valor muy alto, difícilmente cuantificable.

Afortunadamente, son bastantes los ejemplos de apasionados que trabajan en el sino de la geografía catalana para que vinos que reposan en estancias oscuras lleguen a las mesas del consumidor sensible por acompañar sobremesas con postre de músico, mel i mató, carquinyolis, pastissets o rosquillas.

Sin ir más lejos, el dulce rancio que cuida Sara y su familia de Mas Martinet desde hace más de 20 años es una joya que muestra el potencial de estos vinos y que posiciona el vino rancio entre los grandes vinos oxidativos del mundo.

Son gotas de vino que condensan el paso del tiempo, es la historia de un rincón del mundo y la uva de un tiempo pretérito.

Bernat Guixer – Espiritu Roca. Celler de Can Roca

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