Hablamos de sistemas agrarios y de entrada, hablamos de sistemas modificados en los que simplificamos la naturaleza para conseguir nuestro objetivo: un cultivo determinado. En un ecosistema maduro, equilibrado, nos encontramos con distintos tipos de especies (árboles, arbustos, plantas) que se complementan entre sí y se enriquecen entre sí. Colaboran para garantizar el equilibrio: las hojas caen, se descomponen y se transforman en materia orgánica. Todos y cada uno de los elementos que integran este ecosistema tienen una función necesaria para su buen desarrollo. Cuando buscamos producir un cultivo específico como en nuestro caso, las viñas, despojamos un ecosistema de gran parte de sus integrantes para focalizarnos en la planta que nos interesa, la viña. Es, por tanto, un sistema desequilibrado que es necesario gestionar de la mejor manera posible con tal de conseguir nuestro bien más preciado: una buena vendimia.
Este desequilibrio hay muchas maneras de reconducirlo. Una manera sería utilizar los tratamientos sistémicos como fertilizantes, herbicidas, fungicidas, insecticidas… Otra manera sería la posibilidad de tratar orgánicamente los cultivos, aunque parte de la misma filosofía. Tratar el desequilibrio mediante un producto, ahora orgánico, que lo corrige.
Pero hay una tercera opción. Optar por corregir el desequilibrio intentando generar salud. Es cuando hablamos de regenerar los suelos, de cubiertas vegetales, de biodiversidad, etc. Lo que se busca es dotar las plantas de todas esas herramientas que le son necesarias para nutrirse de forma sana y saludable. De manera que la fruta que obtengamos, también lo sea y, los productos que después elaboramos lo sean también.
Como decía Eugenio Gras (pionero de la permacultura en México): No hacemos milagros. Entendemos lo que pasa. Observamos nuestro cultivo, interpretamos su comportamiento y decidimos qué podemos hacer para reconducirlo. La idea siempre es la misma: trabajar con preventivos y sobre todo actuar sobre el suelo, que será el responsable de ofrecer a la planta los nutrientes, agua y minerales de buena calidad. Como, por ejemplo, el hecho de utilizar la cola de caballo para hacer que los hongos no suban a la planta sino que se queden en el suelo.
«Cómo fortalecemos nuestro sistema para que haya los menos síntomas posibles y enfermedades… igual que en el cuerpo humano» dice Sara Pérez. Tener una planta sana no tiene que ver con los medicamentos que toma sino como se alimenta, con quien está y se junta, cómo crece (tiene que ver con el suelo y con el entorno).
Restituir el equilibrio biológico es básico y nos permite hablar en lugar de plagas y enfermedades, de indicadores de mala gestión del cultivo y/o planta. Un mayor o menor ataque de los patógenos (insectos, hongos, enfermedades…) depende siempre del estado nutricional de las plantas (Francis Chaboussou – Teoría de la Trofobiosis)
Esta mirada genera una serie de acciones para ir manteniendo un nivel adecuado de salud emocional, físico, psíquico y nutricional de la planta. Claro que hay cosas que nosotros no podemos controlar, pero sí que podemos fortalecer nuestras plantas para que puedan luchar contra ciertos agentes externos que pueden atacarlas.
En conclusión, las plantas como en los seres humanos, como mejor alimentación, formación, educación, diversidad cultural y relaciones, más posibilidades de tener una vida más rica y saludable.